Tuesday, December 16, 2008

¿Dios?

Generalmente dudo que exista un dios.

Pero de lo que no me cabe duda, es de que esta mujer es una Diosa.

La foto es de David Bailey, para Vanity Fair (sep 08)

Ya saben que a veces me pongo cursi

Para J.

La distancia nos separa.

No importan los anuncios de las compañías telefónicas que insisten en lo contrario, ni la falsa idea de que Internet nos mantiene cerca. Hasta el momento, no existe tecnología alguna que nos permita compartir una copa a la distancia, o desvelarnos tratando de arreglar el mundo, la izquierda, la vida o las mujeres.

Lo que sí es cierto, al menos en mi caso, es que la posibilidad de irse a vivir a otros países es cada vez más real. Desconozco si en otros tiempos la gente perdía la cercanía de sus amigos con tanta regularidad. Pero para mi ha sido la regla, en estos tiempos de globalización y posmodernidad.

La distancia me entristece. No importa cuántos esfuerzos haga uno por escribir o llamar, la cercanía y la cotidianeidad se pierden. En la vida, he perdido charlas interminables en el carro de mi mejor amigo; comidas deliciosas en casa de mi mejor amiga; cuestionamientos interminables; discusiones filosóficas; y demás.

Ahora pierdo el gusto de saber que mi mejor amigo se tome el whisky más rico que he comprado, pensando en compartir una charla con él.

Enhorabuena y buena suerte.

Wednesday, December 10, 2008

Yo manoseo, tú manoseas

Manosear a otras personas es uno de los quehaceres más longevos de nuestra vida pública. Desde aquellos trolebuses de los que habla mi mamá, hasta el metrobús actual, el manoseo -y los manoseadores- ha rondado los traseros de las mujeres mexicanas.

La solución propuesta por las autoridades del transporte público, como tod@s saben, fue reservar vagones para el uso exclusivo de mujeres. Lo cual refleja una cándida concepción del manoseo.

Las autoridades asumen, con tal política, que el manoseo es exclusivo del género masculino. Como si las mujeres manolargas, ancianas cascarrabias, o viejas raboverdes no existieran.

Imagino así alguna susodicha, esperando en la estación de metrobús, salivando por las presas que arribarán en breve. Imaginando sus traseros, su sorpresa, su molestia. Como un zorro, para el cual se ha construido un gallinero. No tendrá que deambular entre los vagones buscando alguna desafortunada inocente; ahora le han juntado a todas, le dan a escoger.

Y mientras tanto, yo, un inofensivo ejemplar masculino, me las tengo que arreglar para no perder la mochila, el ipod, ni la dignidad entre los apretujones de los vagones posteriores. Todo para que las féminas puedan cometer sus tropelías y satisfacer sus más obscuros deseos.

Bendita equidad...