Friday, May 26, 2006

Explicaciones

He aquí la explicación (no solicitada) de mi abandono de la fe...

Después de todo, prefiero ser buena persona.

La fe y las montañas
Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
Augusto Monterroso

Confidencialidad

La semana pasada activé mi password para checar mi cuenta en Banamex a través de internet. Y (mi mala memoria es de sobra conocida) ahora la he olvidado. Insisto: mi mala memoria es de sobra conocida, pero tampoco es sencillo recordar todos los passwords que garantizan mi confidencialidad:

correo del cide, correo de hotmail, correo de yahoo, de el polemista, estrategia total, cuentas en bancomer, banamex, hsbc, banorte, cuentas de reforma, new york times, new york review of books, london review of books, letras libres, proceso, blogger, slate, además de la clave de mi compu de estrategia, de la laptop, de la banca por teléfono, nips (para atm) de todas las cuentas anteriores y otros (que tampoco recuerdo o ya he perdido).

Además de las estúpidas preguntas clave que siempre son difíciles. Tampoco suelo recordar las respuestas o si eran con mayúsculas, sin mayúsculas o, si había respondido con mentiras para despistar.

Ahora los passwords tienen doble dificultad. Tienen que ser alfanuméricos!!! Mi estrategia anterior era utilizar solo números, pero ahora los bancos me lo impiden.

Un problema más. Supuestamente, uno podría escribir toda esa información confidencial en algún lugar, pero... y si lo pierdes o te lo roban? Entonces tendrían acceso absolutamente a todo!!!

Lo mejor sería andar por la vida sin confidencialidad, desnudo y sin dinero.

Tuesday, May 16, 2006

Comida saludable

El tráfico de la ciudad de México nos lleva a cambiar nuestros hábitos de vida. Pasar una hora en el automóvil provoca que los conductores opten por realizar actividades habitualmente llevadas a cabo en el hogar en su medio de transporte individual. De este modo, es común ver a las mujeres pintarse o peinarse en el auto, a los hombres anudarse la corbata y, sin distinción de género: tomar el desayuno.

El ingenio es tal que en los carriles centrales de periférico (con una velocidad promedio de 10 km por hora) algunas personas venden jugo de naranja con tapita y popote para prevenir los accidentes. Incluso existe el combo: jugo y sandwich por 15 pesos.

Pero hay automovilistas que no son tan arriesgados. Dudar de la limpieza con que se elaboran los sandwiches o se sirven los jugos es también habitual entre los capitalinos. Y ante tal incertidumbre, los más conservadores aseguran el origen de su alimentación: su nariz.

Una de las prácticas más comunes del homo automovilis es hurgar su nariz mientras conduce. Gracias a los beneficios del (supuesto) anonimato, el homo automovilis se siente con la libertad de explorar sus fosas nasales cual yacimientos petrolíferos. Con regularidad asombrosa (2 cada día) me encuentro con narices violadas por dedos índices, medios y meñiques (nadie utiliza el pulgar o el anular). Mostrando la ineficacia de los dichos maternos sobre 'la prohibición de introducir objetos extraños en oidos o nariz'.

Todos lo hemos hecho y solo nos escandaliza en público. Después de todo, el que esté libre de haber degustado la acidez de un moco (a los 5 o a los 45 años)... que arroje la primera piedra!

El verdadero problema no es que hurguen sus narices o que olviden que sus cristales no están polarizados. Sino que al senitrse observados, festejen su hallazgo y lo presuman... y lo saboreen enfrente de un ciudadano asqueado que, arriesgadamente, optó por la incertidumbre del sandwich.

Thursday, May 04, 2006

Susurros cinematográficos

Algunos libros clásicos se venden en ediciones comentadas. Un ejemplo es la edición de El Príncipe de Maquiavelo comentada por Napoleón Bonaparte. Dicen los que presumen de saber que el libro era una relectura constante del emperador y que sus comentarios han sido recuperados para tales ediciones.

Hay mucha gente que escribe en los libros. Los comentan. Hace poco leí un artículo de Luigi Amara sobre los libros de segunda mano y sus estimadas notas in situ, como susurros. Personalmente, detesto los libros comentados, o subrayados, o con café. A diferencia de Amara, los libros me gustan limpios, sin dobleces o notas irrelevantes.

Al igual que en las películas: me gusta el silencio, la obscuridad, no las interrupciones. Pero, a diferencia de los libros, los comentarios son inevitables. Supongo que es como una mala jugada del destino o una conspiración en mi contra o un compló. Siempre que voy al cine, hay una persona lo suficientemente cerca como para escuchar sus murmullos.

Con el tiempo he aprendido a ser tolerante con un tipo de comentarios. Debido a que el cine que más frecuento ha sido considerado un 'cine de viejitos', la falta de audición en algunos espectadores es más que obvia. La sordera tiene un efecto doble en tales personas. Por un lado, evita que escuchen los diálogos de la película. Por otro, provoca que lo que para el sordo es un susurro, sea un grito para todos los demás.

Tal característica los lleva (especialmente a los hombres) a preguntar con frecuencia a la dama que los acompaña: "¿Qué dijo?" o "¿Y esa quién es?". Ante lo cual, la dama responde con la explicación en un volumen intencionalmente alto (porque sabe lo inútil de los susurros frente a su compañero). Insisto: ahora los tolero, no sé si lo hago por empatía, por lástima o por simple costumbre, pero lo hago. Y al escucharlos sonrío a la dama que me sirve de cómplice.

Sin embargo, hay un tipo de comentario que no tolero aún. Este proviene, generalmente, del perspicaz y sesudo espectador. El que, justo antes de que se resuelva el crimen, dice lo obvio. Lo que llevamos una hora y media esperando que suceda sentados junto, detrás, o delante de él. El que a media película dice (también para que todos lo escuchen): 'ése es el asesino' o 'le está poniendo el cuerno'.

Ayer encontré un nuevo tipo de comentario que tampoco tolero. El del grupo de amigos que babea y zizea cuando aparece Scarlett Johansson. Los susurros: 'sabrosa' o '¿y no querías venir?, güey' son, por mucho, peores que la sordera senil.

Tal vez tengan razón quienes dicen que soy un anciano en cuerpo de niño... y por eso pertenezco a Casa de Arte.