Seamos sinceros. No es posible determinar si a la juventud mexicana le interesa la política o no. Tampoco si se trata de una juventud informada o no. Aún más difícil resulta saber si debería serlo e interesarse por la política o si la indiferencia por los asuntos públicos nos llevará a buen término.
Definir a la juventud a través de una simple distinción generacional es baladí. Nunca antes se había reflejado con tal claridad la diversidad de nuestra sociedad. Hoy, como nunca, es necesario deshacernos de la ilusión de las homogeneidades nacionales o generacionales. En 2006, las categorías previas no nos alcanzan para entender nuestro entorno y nuestra sociedad, por esto debemos tanto recuperar viejos como generar nuevos elementos y estrategias que nos lleven a la reflexión, a profundizar, a mirar más allá de lo evidente. Aqui deseo argumentar a favor del periodismo de investigación como una forma de acercarse a la voluntad ciudadana. La investigación de campo, la entrevista, la contextualización, son elementos que encuentro útiles para subsanar las deficiencias de la forma en como, tanto los medios como los políticos, han decidido acercarse a la sociedad.
Sondeos y encuestas: la novedad fotográfica
La voluntad ciudadana es un tema especialmente importante para la democracia y, sin embargo, aún no tenemos herramientas suficientes para generalizar desde un punto de vista objetivo las percepciones de la sociedad. Se podrá argumentar que las elecciones son el reflejo más fiel de la voluntad ciudadana, pero el alto porcentaje de votos nulos, la baja participación, la falta de información, la apatía y el hartazgo que provocan los procesos electorales ponen en jaque tal argumentación.
Además de las elecciones, la ruta más común para lidiar con los deseos ciudadanos han sido las encuestas, que gozan, con todo y sus limitaciones, de gran reputación. No importa que una buena parte haya errado los resultados de la elección presidencial (tanto en 2000 como en 2006). Tampoco importa que los encuestólogos nos adviertan una y mil veces sobre las reservas de sus hallazgos. Las encuestas definen políticas públicas, campañas, alianzas, acuerdos y carreras políticas. La labor de análisis del discurso, de interpretación de símbolos y gestos públicos ha cedido su lugar al diseño de cuestionarios, la estadística y los conteos. Intelectuales y periodistas han sido reemplazados por viñetas y gráficas de barras.
Vuelvo a la sinceridad: los sondeos y las encuestas reflejan únicamente lo que el encuestador decide preguntar. Verdad de Perogrullo, no obstante, vale la pena tenerla en mente. Las encuestas no expresan lo que los jóvenes, las mujeres o los mexicanos piensan, sino la opción que escogen dentro de las que el encuestador presenta.
Lejos estoy de sugerir la desaparición de las encuestas, o de implicar su invalidez, tan solo deseo evidenciar sus limitaciones para hablar en nombre de un colectivo creado en forma artificial. Las encuestas sirven únicamente como una aproximación al tema de la voluntad ciudadana. Hasta ahí. No son capaces de explicar conductas, ni distinguen al interior de sus categorías. Son -como sus creadores lo afirman- una fotografía. Y yo agregaría: de baja resolución, sin zoom y a blanco y negro.
El periodismo como tienda de souvenirs
El periodismo de investigación puede subsanar las carencias del método de las encuestas. Al contrario de los cuestionarios diseñados desde el escritorio, la entrevista a profundidad es capaz de matizar y contextualizar las opiniones del entrevistado. No hablo aquí del periodismo simplón, aquél que anda en busca de la nota bien pagada, de la declaración estridente o la fotografía impactante. Me refiero al periodismo serio, que va mas allá de la coyuntura y busca contribuir al conocimiento de nosotros mismos como sociedad. Debido a sus características esenciales, a través del periodismo de investigación las expresiones de la sociedad pasan de ser un simple si o no, a razones (bien o mal, no importa) fundamentadas, que afinan nuestro conocimiento de los conflictos y necesidades de la población. Si las encuestas son una fotografía de baja resolución, sin zoom y a blanco y negro. El periodismo es un souvenir típico, con relieves, colores y formas diversas.
Para testificar lo anterior me valgo de un ejemplo. La Asamblea Informativa Permanente dirigida por Andrés Manuel López Obrador, conocida también como el ‘plantón’ de Reforma, dividió a la sociedad capitalina. Se estaba a favor o en contra. Azul o amarillo. Pacífico o violento. Fresa o naco. Trabajador o flojo. Sin gamas ni tonos intermedios. Los grupos, principalmente aquel situado en avenida Reforma, daban una sensación de homogeneidad. Los medios y las encuestas le dieron ese tratamiento y contribuyeron a la polarización en torno al tema. Sin embargo, no todo es tan simple.
La noche del 14 de septiembre visité varios de los campamentos del plantón en Reforma. Debido a que esa misma noche se retiraban del lugar, el ambiente era de fiesta. La música, el baile, las sonrisas, la cerveza y las mantas recogidas daban una combinación de nostalgia y alegría a los ocupantes de la avenida. Ante tal escenario, me dediqué a cuestionar a los jóvenes sobre sus expectativas iniciales, su percepción de la organización y el desarrollo del movimiento, así como la motivación que los llevó a instalarse en tan incómodo refugio y las formas de su participación.
Los medios, los políticos y la sociedad en general se encargaron de encerrar en pocas opiniones a un fragmento importantísimo del movimiento: la juventud. Los jóvenes habitantes de reforma fueron, de manera automática: huevones, irresponsables, viciosos, desocupados, escoria, y muchas cosas más que les gritaron desde los automóviles detenidos por el tránsito. Mi testimonio prueba lo contrario. Las opiniones aisladas y diferentes, de un movimiento supuestamente unificado, reflejaron un mosaico de interpretaciones, motivos y experiencias, enlazados únicamente por la convicción del fraude electoral.
A mi paso encontré licenciados en derecho, estudiantes de psicología, burócratas, artistas, jóvenes de calle, mineros y maestros. Jóvenes de Michoacán, Guerrero y el Distrito Federal. Todos hablaron de sus compañeros, de los talleres y las actividades culturales, del dominó y el futbol, de las lluvias, del desánimo que les arrancaba las ganas de seguir, de las injurias, de su molestia, del recuento, del fraude.
Las motivaciones para estar ahí fueron diversas. Algunos eran afiliados al PRD y Convergencia, otros se acercaron porque fueron representantes de casilla y encontraron irregularidades, otros acompañaban a su familia, algunos más trabajaban para diputados locales de su estado y ‘los mandaron al plantón como representantes’, unos más decían creer que López Obrador era la única salida. También la forma de su participación variaba: la psicóloga daba asesoría a las personas, el abogado daba cursos de oratoria, el pintor hacía retratos para los compañeros, otros simplemente veían pasar el día sentados, observando la ciudad, jugando dominó y cuidando las pertenencias de la nueva comunidad. La organización se hacía por turno, pues la mayoría conservaba sus actividades cotidianas. Mientras algunos permanecían en los campamentos, otros iban a sus trabajos y escuelas. Entre todos se alimentaban, aunque –por supuesto- no faltaron las exclusiones o las riñas por un bolillo o una pechuga de pollo.
También los frutos del plantón fueron variantes. Para algunos, vivir en tiendas de campaña con el ‘loco’ (un perro callejero al que pintaban consignas en pro de Andrés Manuel) exacerbó su nacionalismo. “Nunca antes me había sentido tan mexicano como ahora”, me explicó uno de ellos. Para otros, el plantón fue solo el inicio de las manifestaciones a lo largo de todo el país. Algunos más encontraron en el plantón una buena oportunidad para visitar la ciudad de México y “agarrar el colmillo para saber defenderse en su lugar de origen”. Unos cuantos más encontraron una nueva forma de vida, hicieron amigos entrañables, estrecharon lazos entre familias, se anexaron al partido o se decepcionaron del todo. Nuevamente, la diversidad hizo presencia y las conclusiones son todo menos absolutas. El movimiento supuestamente unificado, que movilizó a cientos de miles a favor de una candidatura, me demostró que en política toda división es artificial.
La necesidad más urgente
Una pregunta subyace a este texto. ¿Por qué queremos saber lo que la población, jóvenes o ancianos, piensan? ¿Por qué nos debe interesar?
Al final, el plantón, las elecciones, los partidos, las marchas y las organizaciones terminan. Lo que se queda son sus miembros. Miembros que no caben dentro de definiciones simplonas diseñadas desde el escritorio. Por eso es necesario echar mano no solo de encuestas y sondeos sino de actividades que nos permitan mirar de cerca, con matices, con relieves. Es imprescindible hacer un esfuerzo por conocer al otro y expresar las diferencias. Solo así podremos generar empatía, comprendernos como sociedad, constituirnos como una verdadera comunidad plural y democrática. Solo así podremos hacer a un lado las divisiones artificiales que la política genera.
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1 comment:
Pero...¿cómo no va a ser la "seriedad" lo mero tuyo?
El encantador problema en este contexto, estimado Villarino, es que lo conjugaste con lo otro tuyo, tuyo, tuyo de tí, que es la incorrección política.
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