Wednesday, November 01, 2006

Volver y agonizar

Almodóvar tiene un estilo propio. Sus historias, su lenguaje cinematográfico, incluso sus actrices han logrado un sello claramente distinguible. El cine de Almodóvar es, sencillamente, de Almodóvar. No hay más. No hace falta conocer toda su filmografía, como no hace falta haber escuchado demasiado de los Beatles o haber admirado más de un cuadro de Dalí. Trazos, acordes y escenas son fácilmente reconocibles, hasta para el lego.

Hable con ella y La mala educación, sus dos anteriores películas, transpiraban en la pantalla la esencia de Almodóvar. Una esencia que algunos considerarán lugar común: mujeres fuertes, travestís, la sensación de que algo hace falta en la vida, la desgracia, el abuso, el llanto. Pero que no deja de ser su mejor expresión.

En una entrevista reciente el director confesó haber reflexionado hace poco tiempo sobre su obra. “¡Pero qué cantidad de travestís hay en mi cine! ¡Qué cantidad de heroinómanos y de directores salen! ¡Qué cantidad de ellas hablan sobre mi madre!”. Continúa: “Pues no hago ni una película más en la que salga un director, un heroinómano, un travestí, o mi madre.” Todo para resignarse al final: “decidí que mis películas serían las que se me ocurriesen.

Eso es Volver. La película en que Almodóvar rompe con sus dos películas anteriores, tan solo para volver a sí mismo. El intento por renovarse, o por volver a sus inicios. Pero, desafortunadamente, el Almodóvar de Volver no es el mismo de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. La exigencia para un joven director de 29 años en 1980 no puede ser la misma que para el laureado fenómeno cinematográfico de 2006.

Volver es, ante todo, un homenaje a la maternidad, uno de los fantasmas de Almodóvar. La Abuela Irene (Carmen Maura) expresa el luto del autor. Un luto que no comienza a serlo y ya se convierte en chacotería. Un personaje que se encuentra en la medianía entre el drama y la comedia, que no termina de convencer, que, a fin de cuentas, no deja de ser sólo una pantomima.

Ni qué decir de la actuación pasadera de Penélope Cruz en el papel de Raimunda, con una mirada llorosa sostenida durante toda la película, con total incapacidad para expresar algo más que no sea debilidad. O la historia mal aprovechada de Paula, la nieta/asesina de su padrastro/abusador que parece olvidar un intento de violación, el desencanto sobre su propio padre y el engaño de su abuela.

La película tiene todos los elementos trágicos para hacerla un gran drama, pero Almodóvar nos pifia con una comedia simplona.

Muchos artistas pasan gran parte de su vida buscando y definiendo un estilo propio. Al conseguirlo, algunos intentan cambiar aquello por lo cual han trabajado toda su vida. Almodóvar no lo necesita, pero parece intentarlo.

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