La mentira goza de pésima reputación en nuestra sociedad. Como el cáncer, las enfermedades venéreas o el mal aliento, la mentira suele ser crónica, vergonzante y apestosa. No obstante, tanto en las parejas, como en los trabajos, y en general, en nuestra vida cotidiana, la mentira está presente todo el tiempo.
Así, al ser cuestionados por nuestras demoras, no respondemos -con honestidad- que nos dio flojera levantarnos; sino que había mucho tráfico. Acostumbramos decir a nuestros padres que vamos a fiestas cuando en realidad dormimos en moteles. Y después, cuando nuestra pareja nos pregunta qué tal dormimos, no respondemos diciendo que terrible por que su presencia encimosa nos impidió descansar; simplemente sonreímos y decimos cariñosamente que muy bien. O cuántas veces no hemos reclamado la garantía de algún producto por supuestas fallas del fabricante que, de antemano, sabemos que nosotros provocamos.
Tal vez la iglesia católica (así, con minúsculas) no ha hecho mal en clasificar a la mentira como un pecado venial. Después de todo, ¿qué hay de malo en decir a un niño que Santa Claus si existe? ¿o que el ratón se lleva su diente y le recompensa con dinero? El pecado, en este caso, no es la mentira, sino la verdad. ¿Puede algún lector despistado imaginar la cara de su padre/madre al decirle que no llegará porque pasará la noche en un motel con su pareja? Y, después de pasada la noche, ¿puede imaginar el desencanto del amante al expresar su insatisfacción nocturna?
La mentira no sólo se encuentra presente en nuestra vida. La sostiene. Imagine, nuevamente, el lector ¡cuántos niños crecerían frustrados si no fuese por ella, cuántos padres desilusionados andarían por la vida, cuántas parejas habrían terminado por culpa de la honestidad y cuántos amantes se habrían quitado la vida!
Mucho tiempo me he preciado de ser un hombre honesto. Incluso ha habido personas a las que lo único que les he prometido es honestidad. Pero ahora creo que la mentira debe ser revalorada.
Por lo pronto, para los policias de la entrada del IFE, soy Licenciado. ¡Para qué desilusionarlos!
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