Wednesday, April 05, 2006

Empleos apasionantes II

El conserje de baño

Rara vez reparamos en la existencia de este individuo. Es aquel servidor amable que permanece junto al lavabo dispuesto a proveernos del papel para secar las manos y que, en ocasiones, tiene una canastilla con servicios diversos como hilo y aguja, peines, mentas y botones.

El conserje de baño es similar al sacerdote. Ambos escuchan nuestra mierda. Y la limpian. Así, generamos complicidad. Nunca he sido católico, pero supongo que el rostro de quien sale del confesionario debe ser similar al del usuario satisfecho. Al cerrar la puerta, las ‘penas’ quedaron atrás y uno se siente limpio y tranquilo.

Por su parte, el sacerdote lo sabe todo. El conserje también. Ambos podrían gritar a los cuatro vientos lo que hacemos en privado. Pero su discreción mantiene las bases de nuestra sociedad.

Hace poco, en una reunión de amigos, hablábamos de los baños y las actividades que en ellos realizamos. Surgió una anécdota sobre la ocasión en que alguien tapó el baño de una casa ajena durante una fiesta. La culpa de su ‘pecado’ lo obligó a permanecer dentro del baño, acarreando agua y bombeando hasta ‘expiar sus culpas’, el tiempo que su acompañante -aburrida- tardaba en fumar 2 cigarrillos.

Imagine el despistado lector la misma escena pero en un baño público. ¿El individuo en cuestión habría tardado tanto tiempo ‘expiando sus culpas’? No. Simplemente hubiese salido de la puerta que separa el w.c. de los lavabos, con una sonrisa de satisfacción, una sensación de solaz, y fingiendo no ser un tapa-baños.

En mi opinión, la presencia del conserje se debería limitar a los baños de gran tamaño. Puesto que en los lugares más pequeños intimidan.

Recuerdo con precisión a un conserje de baño, en la cantina Montejo (Baja California y Benjamín Franklin), donde el baño es realmente pequeño. Después de 4 cervezas, la necesidad apremiaba y me conduje con serenidad hacia dicho cuarto. Abrí la puerta. Un lavabo de frente con un gran espejo, sobre la pared de la izquierda dos mingitorios y a la derecha una puerta (del w.c.). Todo en un cuarto de no más de 5 x 4. El detalle: un amable conserje de baño de pie esperando y mirando al infinito.

Ese día me sentí como anciano impotente. La sola presencia del conserje me impidió orinar. Nunca había ocurrido. No sé si él lo habrá notado. Después de todo, tan solo permanecí frente al mingitorio, fingiendo, sin que se escuchara el salpiqueo característico de esos momentos. Después, subí el cierre, me lavé las manos y tomé de sus manos la hoja de papel reciclado.

Al igual que la mujer adúltera, anhelo su silencio.
Pero, por si las dudas, nunca he vuelto a la Montejo.

3 comments:

Paganel said...

jajajaja algo parecido senti en el table hace mucho tiempo jajajaja, el pedo es que entraban y salia harta raza, y tuve que esperar hasta que todos los que estaban al inicio ya se habian ido jajajaja

Mariana said...

villano, gracias por defender mi blog.

Anonymous said...

LO HAS DICHO TODO!!!!!!!!! LITTLE FRIEND :)