Todos mis conocidos, en un momento u otro, se han quejado de sus empleos. Los recién egresados, los que decidieron dejar la escuela por un trabajo, los empresarios exitosos, los dedicados al arte, en fin, nadie se salva. Las quejas que me llegan son, principalmente, de 4 tipos:
a) Las más comunes son las económicas. El cotidiano 'no me alcanza con lo que gano' no distingue género, nivel socioeconómico, grado de estudios o tiempo en el empleo. Al parecer, ganes 4,000 o 40,000, ¡el dinero nunca alcanza!
b) Las que tienen que ver con el valor intrínseco de las personas. Los empleados siempre están subvalorados. El también cotidiano 'no me aprecian lo suficiente' y 'yo merezco algo mejor'. O el dicho que se vincula con la queja económica pero no es esencialmente económica: 'mi jefe es más pendejo y gana más que yo'.
c) Los problemas con el medio de trabajo. No sé que ocurre con mis conocidos (supongo que tan solo tienen mala suerte) porque sus jefes siempre son: estúpidos, libidinosos o ambas; sus compañeros: envidiosos, lambizcones y resentidos; y los lugares de trabajo siempre son pequeños, las sillas incómodas, las computadoras lentas, y el ambiente: demasiado caluroso en verano, demasiado frío en invierno, o con un mal olor constante.
d) La insatisfacción personal. Este tipo de queja es subjetiva por definición. Resaltan los reclamos por la falta de tiempo libre, lo tedioso de las labores, la incongruencia entre los estudios y la actividad que desempeñan (por ejemplo, el que estudió electrónica pero conduce un taxi), etc...
Para todo aquél que se encuentra en una situación similar, he decidido escribir, periódicamente, sobre aquellos empleos que encuentro por la ciudad y me parecen detestables. No tengo consideración aquí por las condiciones socio-económicas de sus practicantes, por lo absurdo de sus actividades o la preocupación izquierdo-religiosa del bienestar de la población mexicana. Tan solo describo los empleos con cuatro objetivos previsibles: i) que los quejosos no se sientan solos; ii) que los quejosos se sientan 'por encima' de alguien más y eso les ayude a llevar sus penas; iii) dar a conocer una gama de opciones de empleo mucho más amplia que el chambatel del gobierno; y iv) mofarme -sin explicación y sin tapujos- de otros.
b) Las que tienen que ver con el valor intrínseco de las personas. Los empleados siempre están subvalorados. El también cotidiano 'no me aprecian lo suficiente' y 'yo merezco algo mejor'. O el dicho que se vincula con la queja económica pero no es esencialmente económica: 'mi jefe es más pendejo y gana más que yo'.
c) Los problemas con el medio de trabajo. No sé que ocurre con mis conocidos (supongo que tan solo tienen mala suerte) porque sus jefes siempre son: estúpidos, libidinosos o ambas; sus compañeros: envidiosos, lambizcones y resentidos; y los lugares de trabajo siempre son pequeños, las sillas incómodas, las computadoras lentas, y el ambiente: demasiado caluroso en verano, demasiado frío en invierno, o con un mal olor constante.
d) La insatisfacción personal. Este tipo de queja es subjetiva por definición. Resaltan los reclamos por la falta de tiempo libre, lo tedioso de las labores, la incongruencia entre los estudios y la actividad que desempeñan (por ejemplo, el que estudió electrónica pero conduce un taxi), etc...
Para todo aquél que se encuentra en una situación similar, he decidido escribir, periódicamente, sobre aquellos empleos que encuentro por la ciudad y me parecen detestables. No tengo consideración aquí por las condiciones socio-económicas de sus practicantes, por lo absurdo de sus actividades o la preocupación izquierdo-religiosa del bienestar de la población mexicana. Tan solo describo los empleos con cuatro objetivos previsibles: i) que los quejosos no se sientan solos; ii) que los quejosos se sientan 'por encima' de alguien más y eso les ayude a llevar sus penas; iii) dar a conocer una gama de opciones de empleo mucho más amplia que el chambatel del gobierno; y iv) mofarme -sin explicación y sin tapujos- de otros.
El gendarme de museo.
¿Quién no se ha percatado de la presencia de estos individuos? Para aquellos que no lo reconozcan, es la mujer o el hombre malencarado, con ojos de buho, que parece no tener nada que hacer. Generalmente se encuentra a un lado del aparato que mide algo (no es un sismógrafo -como se suele pensar-, pero no sé qué mide) y solo interrumpe para advertir sobre las normas de comportamiento y percepción particulares del museo. Esa es su función principal.
Personalmente, a cada museo que asisto aparecen para llamarme la atención. Que porque me paso de la estúpida raya pintada en el suelo, que porque hablo muy fuerte, que porque no me puedo acercar tanto a las pinturas incluso sin cruzar la línea, etc... (Aquél que esté libre de pecado que les regañe a ellos en público).
Pienso en los requisitos de admisión para el empleo. El c.v. de tan honorables individuos no debe incluir nivel de estudios o datos personales sino cantidad de regaños recibidos en la vida y algo muy importante: poca tolerancia con los niños. La entrevista debe ser, simplemente, para corroborar la buena visión del solicitante, su mal aliento y la capacidad de importunar al visitante. Todo esto para poder escoger a expertos en aquello de las reprimendas.
¿Puede el despistado lector imaginar un empleo más apasionante? De acuerdo a las 4 quejas recurrentes analizo este empleo:
a) El sueldo es relativamente bajo. ¿Por qué relativamente? Pues porque no requiere años de preparación académica ni un gran guardarropa.
b) El gendarme de museo abarca un vasto número de oficios y profesiones: policía, pues verifica el comportamiento de los observadores; maestro, pues le enseña a uno la manera correcta de observar una pieza; músico, porque en ocasiones se alcanza a percibir un sutil silbido; sacerdote, cuando regaña a las parejitas calenturientas; y hasta es consejero matrimonial de sus colegas. Además tiene la capacidad de regañar a quien se le ponga en frente. De modo que la subvaloración no es para ellos.
c) El medio de trabajo no podría ser mejor. Cuántos empresarios quisiesen tener en su oficina un Rivera, un Orozco o un Soriano. Además, los museos siempre son frescos y tienen los baños limpios. También es pertinente mencionar que los clientes generalmente no son pesados, pues todo el mundo se 'civiliza' al entrar a un museo.
d) La queja tipo 'd' siempre existe, por tanto no la incluiré en análisis subsecuentes.
En conclusión, si el despistado lector se siente frustrado por su falta de poder y reúne los requisitos aquí esbozados, en la ciudad existen varias opciones interesantes. Mis recomendaciones: el Rufino Tamayo y el Munal.
1 comment:
te ayudaron en algo mis quejas de ayer?
como diria nuestra compañera piñón.. tienes la boca embarrada de razón
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